Por: Alexandra Mosquera
Directora Ejecutiva
Cámara Binacional de Comercio Ecuador-México
El aprovechamiento de su diversidad cultural, natural e industrial es un modelo a seguir para Ecuador, que con similares características, todavía no camina en la misma dirección. Un análisis.
México conoce sus fortalezas y las presume. Los mexicanos han desarrollado un espíritu nacionalista que va más allá de la publicidad turística oficial, hacia la convicción de sus ciudadanos cuando hablan de los emblemas que los enorgullecen. México promueve su gastronomía, brinda con su tequila y entona su mariachi por el mundo desde hace mucho tiempo. Pero esos son solo los tres más famosos elementos que caracterizan a este gigante latinoamericano, que a fuerza de trabajo mancomunado se está metiendo en el top 10 de los destinos mundiales más visitados. El aprovechamiento de su vasta diversidad cultural, natural e industrial es un modelo a seguir para países como el Ecuador, que con similares características aún no ha alineado su rumbo en la misma dirección.
En el 2016, México recibió 35 millones de visitantes internacionales, logró la posición nueve del ranking y se colocó más cerca de su meta para el 2021 de tener 50 millones de turistas en todos sus destinos. Las cifras son el termómetro de una tarea que, más allá del impulso mediático estatal, ha conseguido el compromiso tácito de sus pobladores por ser el país que da “una buena bienvenida”.
En este punto bien cabe anotar que los videos y la publicidad desplegada por el Consejo de Promoción Turística de México en conferencias a escala mundial y en su sitio oficial www.visitmexico.com– junta en el mismo espacio al popular vendedor de tacos de la esquina con el más afamado chef del restaurante de moda de la capital mexicana, por citar un ejemplo.
El propósito final bien vale la pena: ser embajadores de sus fortalezas culturales intangibles, de sus paraísos naturales y de sus productos agrícolas e industriales. En un territorio privilegiado, entre los océanos Pacífico y Atlántico, con 11 000 km de Costa, México tiene 111 pueblos mágicos, 32 bienes inscritos en la lista de Patrimonio Mundial, ocho elementos del Patrimonio Inmaterial y una interminable lista de encantos que faltaría espacio para nombrar. El país está empeñado en aprovechar sus ventajas competitivas y mostrarse al mundo como un lugar apetecido y el productor de bienes de calidad.
Aeroméxico y la Compañía Tequilera de Arandas, productora de la marca El Charro, mostraron hace poco a unos delegados de Ecuador uno de los patrimonios inmateriales orgullosamente mexicano, el Paisaje Agavero e invitaron a dar una mirada a uno de sus grandes íconos: el tequila, con todo el mágico mundo que lo rodea.
Precisamente allí se presenta una muestra de cómo la combinación de riqueza natural e inmaterial, con un organizado asentamiento humano y un desarrollo industrial planificado, pueden potenciar el crecimiento de una comunidad y de un país. El paisaje agavero y las antiguas instalaciones industriales de Tequila, en el estado de Jalisco, fueron declarados Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco en el 2006. Se trata de un horizonte poblado de agave azul, que además incorpora a decenas de destilerías que alimentan la cultura del agave como parte de la identidad mexicana.
La Dirección de Patrimonio Mundial del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México detalla que esta zona patrimonial está compuesta por campos de agave azul y asentamientos urbanos, principalmente de las localidades de Tequila, Arenal y Amatitan, en Jalisco. No obstante, la domesticación del agave y la producción del tequila se extienden hacia otros estados y municipios, que tienen como principal fuente de ingresos a esta actividad.
En el poblado de Arandas, en los Altos de Jalisco, a unos 120 km de Guadalajara el aire tiene un aroma dulce anisado y es posible ver el tono azul del agave en el horizonte, que contrasta con el terracota de la tierra, rica en hierro. En esta zona se ubican alrededor de 20 empresas productoras de tequila artesanal e industrializado y la infraestructura tequilera tiene el estilo de las haciendas antiguas. Referencias históricas cuentan que, a mediados del siglo XVI, algún español sediento reparó en el corazón del agave, al que los nativos empleaban como golosina, por sus altos contenidos de azúcar.
Hasta entonces se aprovechaban las hojas de los pencos para techumbre o para fabricar agujas, punzones y clavos. Pero las ávidas gargantas españolas lo llevaron a su destilación y con el tiempo se transformó en el sofisticado licor conocido como tequila, en honor a una de las zonas de mayor producción en Jalisco. Desde 1974, el tequila tiene Denominación de Origen. Eso determina que solo puede ser producido con base en las plantas de agave Tequilana Weber azul, y únicamente en cinco territorios al interior de México: Jalisco, Nayarit, Guanajuato, Michoacán y Tamaulipas.
Las regulaciones implementadas por el Consejo Regulador del Tequila (CRT) y el esfuerzo de las empresas productoras han permitido que este producto ocupe el cuarto puesto en la lista de los mayores bienes alimenticios que le vende al mundo. En el 2016, México exportó más de 190 millones de litros de tequila a 120 países, según las cifras del CRT. Ello significó un récord histórico y un crecimiento de 8,4% en relación con el 2015. La fábrica de El Charro procesa diariamente entre cuatro y cinco camiones de ‘piñas de agave’ y produce unos cuatro millones de litros al año. De ellos, vende internamente el 40% y exporta el 60%, principalmente a EE.UU., aunque tiene mercados tan lejanos como Kazajstán o Japón. Ecuador es el cuarto destino de sus productos finales y al granel, especialmente de tequila blanco, joven y reposado. La producción de tequila en México significa una armoniosa mezcla de procesos ancestrales y modernos, dignos de ser conocidos.
Las piñas de agave son en esta industria como el oro en la joyería. No solamente por los ocho a 10 años que le toma a la planta estar madura y lista para ofrecer lo mejor de sí; también por el esfuerzo de los jimadores en el campo para extraerlas entre los filosos espinos del penco. Pero además, porque de su calidad depende el sabor del producto final. El paisaje agavero mexicano y el tequila, ícono de su identidad y fiel compañero del famoso charro, es una muestra de que “vender” no es solo entregar un producto al consumidor. Es valorar sus raíces, concebir un plan para el largo plazo y trabajar mancomunadamente en ese objetivo.